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  Con el pelo rizado,
 suelto a los vientos,
 con sus pies descalzos
 corre hacia el río.
 
 
  
 Desnuda su cuerpo
 erguido su pecho,
 como mar bravío
 extiende sus brazos,
 respira profundo
 sonríe a los cielos.
 
 
  
 Tras el verde follaje
 extasiado el contempla,
 aquella hermosa ninfa
 con la piel morena
 y fresca sonrisa.
 
 
  
 Ella revuelve su cabello,
 ondea sus caderas,
 se tiende a la orilla
 que adornan las piedras.
 Ríe de las nubes
 que corren aprisa,
 tejiendo los tules
 que visten la niña.
 
 
 
  
 Cubren su hermosura,
 celosas de él,
 como si esa figura
 de igual a ninguna...
 no fuera de mujer.
 
 
 
  
 Ajusta su saya
 corre a la pradera,
 erguidas montañas
 recogen el eco
 de un bello solfeo,
 desde su garganta.
 
 
  
 Una gran orquesta,
 sale de la nada,
 su voz melodiosa
 el aire reclama.
 
 
 
  
 Preso entre las sombras,
 sin un pensar siquiera
 de algo que ofendiera,
 a un capullo que brota
 de un surco de su tierra.
 
 
  
 
 Era una virgen pura,
 jíbara su alma,
 era una bella estampa
 de una tierra cual ninguna,
 la que viste de luna.
 ¡Mi tierra Borincana!
 
 
 
  
 
 Del Libro
                                Reflejos... (1985)
 Carmen Flores
 
                                
                                 
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