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Nací en un atardecer de verano
cuando el ocaso pinta de rojo el cielo,
entre sonrisas y llantos,
y yo en mi desconocido suelo
dormía, sin pensar en el horrible daño
ni en las huellas que me van sellando,
una corta vida, con interminables retos.

Pero al fin, es para lo que se nace,
para llorar y ver llorar,
para reír y de cuando en vez indagar
sobre una jornada, de corto alcance,
pintarme los dedos de sangre
para escribir una historia sin final.

Tuve infancia, de las que jamás se olvidan,
una niñez forzada en la injusticia,
entre joven adulta, orgullosa y altiva,
me obligaron los mismos azotes de la envidia.

Pero la misma vida te mueve a las esquinas
que sientan a los que derrotan
y golpeados, sangrando se levantan,
a los gritos de los que no les duele nada
y a nadie importa que allí terminen con su vida.

Pero aquí, aún estoy, media viva.
borrando poco a poco el calendario,
moderna, tecleando y entre amigas
recordando momentos de muchas vidas,
alardeando de la suerte y el milagro
de caminar sobre los adoquines pintados
en colores con el nombre de...abuelita.

Agradeciendo al Dios que me mostraron,
entre mi madre y mis ancestros,
aquellos que juraban y no mentían,
a ese Dios, le agradezco por estos años.
que me enseñó a caminar por los llanos,
por montañas, por entre piedras y caídas.

Tuve hijos y quereres que no olvido,
tuve nietos, son las flores que me adornan,
el jardín interno de mi alma,
todo eso en un sueño, se me ha ido,
porque es corta la estancia
y mis años, pasan y pasan
con la velocidad de las viejas aspas del molino.
pero pisan a largas zancadas
dejando las huellas de sueños perdidos.


Carmen Flores
02 Junio 2008

 

 

 

 

               

 

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